El pozo y el péndulo

Español
ID del libro: 771
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Estaba rendido —extremadamente rendido por aquella larga agonía—; y cuando, por fin, me desataron y me fue dado sentarme, noté que mis sentidos me abandonaban. La sentencia —la terrible sentencia de muerte— fue la última frase distintamente acentuada que hirió mis oídos. Después de ella, el son de la voz de los inquisidores me pareció desvanecerse en el zumbido indefinido de un sueño. Aquel ruido traía a mi alma la idea de una rotación, quizás a causa que en mi imaginación lo asociaba con una rueda de molino. Pero eso no duró sino muy poco tiempo; porque, de pronto, ya no escuché nada. De todos modos, durante algún tiempo todavía vi, ¡pero con qué terrible exageración! Veía los labios de los jueces en sus hábitos negros. Me parecían blancos más blancos que la hoja en que trazo estas palabras —y delgados hasta lo grotesco; adelgazados por la intensidad de la expresión de dureza de inmutable resolución—, de riguroso desprecio del dolor humano. Veía que los decretos de lo que para mí representaba el Destino manaban aún de sus labios. Les vi retorcerse en una frase de muerte. Les vi dibujar las sílabas de mi nombre; y me estremecí al sentir que el son no seguía al movimiento. Vi también, durante algunos momentos de horror delirante, la débil y casi imperceptible ondulación de los tapices negros que recubrían las paredes de la sala. Y, entonces, mi vista se fijó en los siete grandes candelabros que estaban colocados encima de la mesa. Primero tomaron el aspecto de la Caridad, y me parecieron como ángeles blancos y esbeltos que tenían que salvarme; pero entonces y de golpe, un ansia mortal invadió mi alma, y sentí cada fibra de mi ser vibrar como si yo hubiese tocado el hilo de una pila voltaica; y las formas angélicas se convertían en espectros insignificantes, con cabezas de llama, y yo veía bien que no podía esperar socorro alguno de ellos. Y entonces se deslizó en mi imaginación, como una rica nota musical, la idea del reposo delicioso que nos espera en la tumba. La idea vino suave, furtivamente, y me pareció que necesité mucho rato para tener de ella una apreciación completa; pero, en el momento mismo en que mi espíritu empezaba a bien sentir y a acariciar aquella idea, las figuras de los jueces se desvanecieron como por arte de magia; los grandes candelabros se redujeron a nada; sus llamas se extinguieron enteramente; el negro de las tinieblas sobrevino; todas las sensaciones parecieron desvanecerse como en una inmersión loca y precipitada del alma en el Reino de Hades. Y el universo ya no fue más que noche, silencio, inmovilidad.

Edgar Allan Poe - Эдгар Аллан По - إدغار آلان بو

Edgar Allan Poe · Español

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